lunes, 10 de octubre de 2011

Soy una gran apasionada de los toros, me encanta ese mundo y procuro seguirlo día a día, aunque, la verdad, en mi familia siempre se ha hablado de fútbol, fútbol y más fútbol y he crecido bajo ese prisma debido a la profesión de mi padre como futbolista y comentarista tanto de radio como de televisión.

En cuanto a la tauromaquia, se han encargado de alimentar esta afición mis abuelos maternos. Se puede decir que mi abuela es una de las mayores aficionadas taurinas, no se perdía una corrida de toros que pudiera ver por televisión, asistir en directo o incluso escuchar en la radio.

Mi abuelo Santos estuvo un poco más involucrado en este mundo, pues allá por el año 1952 formó parte de la cuadrilla del espada conquense Jesús Sánchez Jiménez como mozo de espadas. Fueron años muy bonitos para él y para todos sus compañeros, que disfrutaron con los triunfos y sinsabores en cualquier Plaza de Toros por muy pequeña o grande que fuera. Esta cuadrilla (en todos los sentidos), tenia como banderilleros al Jerte (no fijo), el Toreri, Orteguita y Simón Carreño, y como picadores a Ramón y Floro Atienza.
Para ellos, cualquier ocasión u oportunidad que le daban a su espada, constituía una renovada ilusión que hacía que cualquier Plaza de Toros fueran Las Ventas o La Monumental, porque así se lo transmitía la ilusión.

Desde pequeñita siempre he deseado llegar a Salamanca, sentarme al calor el brasero junto a mis abuelos y que me empezaran a contar esas anécdotas que tanto me calaban y me metían en el contexto en el que ellos las habían vivido. Ellos disfrutaban contándolas sin imaginar que para mí suponía el traslado a vivir una época en la que yo aún no había nacido.

Una de las anécdotas se produjo durante una capea junto a la "Finca de La Glorieta", propiedad del malogrado y gran torero Julio Robles, quizá el mejor torero que haya visto anteriormente (aunque sea en documentales pasados) manejando el capote.
Julio amaba a estos animales, como cualquier torero, y me contaba mi abuelo que era admirable verle como les daba de comer con la mano y como se acercaban los toros como cualquier animal sumiso, lo que engrandecía más a este portentoso animal.

Mi abuelo organizó esta capea junto a su familia y amigos muy allegados. Allí estaban todos: hijos, sobrinos, amigos...celebrando su cumpleaños (nunca me quiso decir que número de cumpleaños era). 
Pasaron una mañana apoteósica con los hijos en el parque jugando a el clavo, la cuerda...y rematando esta comida de órdago. La comida fue muy larga y copiosa, regada a su vez por magníficos vinos, jarras de cerveza y sus consiguientes carajillos.

La capea fue justo después, y mi abuelo, agrandado por el líquido elemento que llevaba dentro, quiso emular a Don Julio Robles en el albero. La capea duró cinco minutos, mi abuelo esperó al "bicho" a puerta gayola, el novillo no era muy grande pero es que mi abuelo pesa 40 kilos en canal, y le dio tal embiste, que lo levantó un metro y medio y calló como si hubiera sido manteado por veinte camioneros.

Resultado: coger el R-5 de mi padre e ingreso por urgencias en el Hospital Virgen de la Vega de Salamanca, con un informe médico en el que ponía la cantidad de traumatismos que llevaba en su cuerpo, y además, un tratamiento con relajantes y antiinflamatorios que le duró un mes.

A raíz de esta vivencia, mi abuelo sigue siendo "el maestro".

Este trompazo a mi abuelo, al "maestro", no ha hecho sino aumentar esta pasión, este cariño y esta afición que cimenta día a día viendo en la televisión la fiesta nacional y programas taurinos junto a mi abuela y que yo procuro aprovechar cuando estoy junto a ellos, pues sus comentarios siempre son correctos.










                                                                                                           A mis abuelos.

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